lunes, 1 de septiembre de 2008

En qué consiste morir (1 de 3).

Un texto de Antonio Machado y otro de Martinez Marzoa nos ayudan a platear la cuestión:
“Es casi seguro –decía mi maestro- que el hombre no ha llegado a la idea de la muerte por la vía de la observación y de la experiencia. Porque los gestos del moribundo que nos es dado observar no son la muerte misma; antes al contrario, son todavía gestos vitales. De la experiencia de la muerte no hay que hablar. ¿Quién puede jactarse de haberla experimentado? Es una idea esencialmente apriorística; la encontramos en nuestro pensamiento como la idea de Dios, sin que sepamos de dónde ni por dónde nos ha venido. Y es objeto –la tal idea digo- de creencia, no de conocimiento. Hay quien cree en la muerte, como hay quien cree en Dios. Y hasta quien cree alternativamente en lo uno y en lo otro.

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La vida en cambio, no es –fuera de los laboratorios- una idea, sino un objeto de conciencia inmediata, una turbia evidencia. Lo que explica el optimismo del irlandés del cuento, quien, lanzado al espacio desde la altura de un quinto piso, se iba diciendo, en su fácil y acelerado descenso hacia las losas de la calle, por el camino más breve: hasta ahora voy bien.”
Juan de Mairena. A. Machado.


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“Porque la presencia es salir a la luz, siempre hay un dentro, una impenetrabilidad. Y esto forma parte necesariamente de la claridad, de la presencia: nada puede aparecer sin tener al mismo tiempo una profundidad, una inagotabilidad; presencia es al mismo tiempo enigma; la pesadez de la roca, la dureza, el color, son presencia, por eso mismo son profundidad que no se deja agotar, explicar, que no se deja reducir a nada, que es; ciertamente la ciencia (moderna) puede “explicar” el color (como frecuencia y longitud de onda), la pesadez (como cantidad de una determinada magnitud física, definida por operaciones matemáticas), etc; pero lo que así resulta ya no es color ni pesadez; la pesadez como tal, el color como tal, la dureza como tal, no están presentes (en su irreductible presencia) en ninguna fórmula matemática; la “explicación” lo único que ha conseguido es que la pesadez, la dureza y el color como tales, se esfumasen; la presencia sólo es presencia en cuanto permanece inexplicada. La presencia es al mismo tiempo impenetrabilidad; el aparecer es al mismo tiempo substraerse. Por eso en la filosofía griega la noción de presencia se encuentra siempre en una oposición.

Ahora bien, como esta oposición es “ser/no-ser” y esto tiene que ver con el perecer, con la muerte, para una mentalidad moderna parece que estamos mezclando dos cosas distintas: la impenetrabilidad, la “profundidad” de que hemos hablado, con el “dejar de existir” que es el perecer. Sin embargo, para los griegos no había tal “existir”. Nacer es llegar a la luz, y perecer es hundirse, abandonar la luz, renunciar a la presencia; lo que está –lo que se (sos)tiene- en la luz sigue perteneciendo a lo impenetrable, sigue en definitiva impenetrable, y por ello ésta ha de ser la última palabra, la conclusión de su presencia. La verdad (no sólo la presencia de cada cosa) es en definitiva ocultamiento, no-ser. Por eso la muerte es la última palabra –lo definitivo- del ser-hombre (“ser” que consiste en la verdad) ; los hombres son “los mortales”; la muerte es la impenetrabilidad misma del ser humano, es aquello que, siendo la posibilidad más esencial, la única que no tiene vuelta de hoja, por eso mismo jamás es presente, jamás puede ser presentada, dicha (puesta de manifiesto), imaginada o comprendida; Heráclito dice “a los hombres les aguarda muertos lo que no esperan ni se figuran”; no dice sólo que no se figuran lo que les aguarda (es decir: que les aguarda algo que no se figuran), lo que podría interpretarse en el sentido de una mera ignorancia de los hombres acerca del “más allá” (aunque fuese una ignorancia necesaria); lo que dice es que “cuanto no (o “lo que no”) esperan ni se figuran” –es decir: lo no conjeturable ni esperable, en cuanto no conjeturable ni esperable, lo incomprensible, el abismo- forma parte (y precisamente como lo único inevitable y definitivo) del proyecto, de la posibilidad (por eso “aguarda”) que constituye el ser humano; y esto que, como remisión a lo impenetrable, forma parte necesariamente de la existencia, es lo que llamamos la muerte; no es un acontecimiento que se presenta al final (porque precisamente no “se presenta”, no es nunca presente), sino posibilidad (siempre posibilidad –“aguarda”-, pero siempre la única necesaria) que configura en todo momento el proyecto que es nuestra existencia".

Historia de la Filosofía (vol. I). F. Martínez Marzoa.




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