lunes, 6 de septiembre de 2010

Notas sobre el pasar del tiempo.

A continuación, un conjunto de notas sueltas, apresuradas, desordenadas y apenas sin revisar, sobre el pasar del tiempo. Estas notas nacen del encuentro paradójico con la ausencia de Yanko, y de otros encuentros menos paradójicos con textos de Trías y con algunas consideraciones nietzscheanas sobre el tiempo.

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Un cambio aparece como tal cambio solo referido a aquello respecto de lo cual es cambio. Una novedad sólo aparece como tal novedad si sigue apareciendo (si se conserva) aquello respecto  de lo cual es novedad. De lo contrario, la novedad no puede aparecer con los rasgos que le son propios. El tiempo pasa. Pero la novedad que trae ese pasar solo aparece en sus rasgos propios si continua apareciendo aquello respecto de lo cual es novedad. De lo contrario tendríamos una sucesión instantánea de presencias sin relación entre ellas y “novedad” es una relación entre dos. Si falta una de ellas, la otra no se constituye como novedad. Una conclusión: el pasar del presente es, a la vez, el conservarse del pasado. Si uno de los términos falta, no se constituye el otro. Si el pasado no se conservase, el paso del presente sería una sucesión de instantes que simplemente se reemplazarían los unos a los otros y, por lo tanto, no podrían ser unos novedad respecto a otros. Si el presente no pasara, distinguiéndose de sí, el pasado no podría aparecer como conservando cuanto sucede.

La conservación del pasado necesita del pasar del presente. El pasar del presente necesita de la conservación del pasado.

¿Qué es entonces lo que sucede, pues el tiempo no es mera sucesión ni mera conservación?

“El presente pasa” significa: siendo siempre él mismo, el presente se distingue de sí mismo. El pasar del presente implica dos aspectos de un mismo fenómeno. Uno es el distinguirse de  sí. Otro es el ser él mismo quien se distingue. Un aspecto es la distinción. Otro es la mismidad.  Ambas componen el fenómeno como variación.
El primer aspecto nos habla de la diferencia que afecta a aquello que pasa. El segundo nos habla de la mismidad de aquello que se conserva.

El presente no cesa de distinguirse de sí mismo, hasta el punto de que nos es imposible atraparlo. O bien lo esperamos, o bien lo recordamos, pero no podemos tenerlo “ahí”: o bien está por venir o bien ya ha pasado, pero nunca es “lo que pasa”, a no ser considerándolo en su subdivisión infinita. (Un alumno nos decía el curso pasado que el presente no existe porque o bien está por llegar o bien ya ha pasado, pero nunca está) (el presente, al ser paso, nunca está presente porque cuando lo está, pasa. Su modo de estar presente es el de no estarlo nunca del todo, siempre subdividido en un “aún no” y en un “ya no”. El presente nunca tiene lugar).

Pero es él quien no cesa de subdividirse en sí mismo.
Nunca es igual a sí mismo, nunca es idéntico a sí (no cesa de variar), pero siempre es  él mismo quien varía, es él mismo en ese incesante diferir de sí. Es él mismo siendo diferente de sí mismo. Al variar de sí, se conserva en  sí mismo. Conservándose en sí mismo, difiere de sí. Es precisamente distinguiéndose de si mismo, separándose de lo que era, “pasando”, como persevera en sí y se conserva, “quedando”. El pasar y el quedar no se oponen en el fenómeno del paso del tiempo. Y solemos afirmar esa separación: o bien algo “pasa” o bien algo “queda”. O bien una realidad pasa y es efímera y fugitiva, apenas nada, o bien una realidad “queda” y es sólida presencia, incluso eternidad. O bien una realidad es temporal, fugitiva, pasajera, derivada, o bien es sólida, eterna, original. Hijos de un platonismo mal entendido, dividimos cuanto aparece en dos tipos de realidad: una realidad originaria, eterna, inmóvil, y una realidad derivada, temporal y cambiante. Y hoy tachamos la primera sin podernos desprender de la segunda. Sin embargo el fenómeno del tiempo y su paso nos revela algo distinto. El tiempo “pasa” porque  difiere de sí mismo, se distingue de sí, es, respecto de sí, irrupción de novedad. Pero el tiempo “queda” porque es él mismo quien difiere de sí, hasta el punto de que es ese diferir de sí aquello en lo que consiste su mismidad, su ser “él mismo”. El tiempo es “él mismo”, es quien es, precisamente en su diferir de si, en su distinguirse de sí mismo, en su “pasar”.

¿Por qué se celebra el paso del tiempo? ¿Por qué se celebran los cumpleaños, los aniversarios, el fin del año o el comienzo del nuevo?

(Cuando un tiempo”pasa”, cuando el invierno deja paso a su primavera, cuando una edad es dejada atrás, irrumpe lo más lejano, el origen intemporal del que nacen las cronologías se presenta al irrumpir esa diferencia que hace pasar al tiempo. Ese “paso” ese distinguirse de sí, es irrupción de lo eterno, del origen de las cronologías, irrupción de un “siempre” y, como tal es celebrado en rituales y fiestas. Cuando un tiempo “pasa” es que el tiempo “mismo” ha hecho irrupción, esa mismidad que consiste en diferir de sí. El diferir de las épocas es la mismidad del tiempo. El diferir de la épocas es la revelación =el aparecer, el mostrarse = de la mismidad del tiempo. Allí donde adviene una diferencia irrumpe una mismidad. Lo mismo regresa en el diferir de si).

Es en el tiempo, es en su seno, en donde nos movemos, vivimos y somos.

El tiempo es Olvido porque se separa de sí, adviene a sí mismo como otro, como otro tiempo, como alteridad, (decimos: los tiempos cambian, no podemos retener al tiempo), rompe consigo mismo, difiere de sí, despierta de sí cada mañana, dejándose atrás, naciendo de sí incesantemente, y tal como el niño recién nacido, es Olvido, un nuevo comienzo, Azar.

Pero al ser él mismo quien difiere de sí, el tiempo es Memoria y persistencia, y conservación, pues es él mismo quien difiere de sí mismo y es quien en ese diferir de sí se afirma a sí. En su Olvido está su memoria, en su separación está su retorno.

Por eso el curso del tiempo no tiene un origen lejano del cual procede. Su origen paradójico está aquí, ahora, dando de sí todo aquello que puede, abriendo sin cesar los instantes y las distancias, manando sin fin. En su seno nos movemos, vivimos y somos.

Una clave para no olvidar y entender lo anterior es considerar el pasar del tiempo como un distinguirse de sí. Y la idea de ser siempre el mismo pero nunca lo mismo. Adivinanza: ¿Qué es eso que siempre es él mismo pero nunca es lo mismo? Otra clave son los textos de Trías y el resumen que hice, donde se trata de la implicación de mismidad y diferencia en la comprensión adecuada del límite.

¿Por qué la vida, a pesar de las diferencias que la constituyen, las épocas, las edades, las fases, los momentos, es siempre ella? Porque diferir es lo propio de su mismidad.

¿Por qué la vida, a pesar de ser siempre ella misma, nunca coincide consigo misma, siendo siempre otra de sí? Porque lo propio de su mismidad es diferir.

“El tiempo pasa” significa que el tiempo difiere de si, se distingue de si mismo, pasa y varía, pero al consistir su mismidad en ese diferir, hay que decir que en ese distinguirse de sí, en ese “pasar”,el tiempo se reúne consigo mismo. En la medida en que difiere de si, el tiempo es “pasar” y Olvido. En tanto ese diferir es su modo de ser sí mismo, el tiempo es quedar, es Memoria, es reunión consigo. En la medida en que difiere de sí se reúne consigo. En la medida en que se identifica consigo se pierde a sí. En la medida en que nada pasa y el tiempo permanece idéntico a sí mismo, se encuentra perdido y busca reencontrarse. Clama y llora por él mismo. En la medida en que difiere de sí e irrumpe en lo que era como otro, se reencuentra.

Separarse de sí, reunirse consigo.

“El tiempo pasa” significa que advertimos en él un cambio, una variación. No permanece idéntico a sí mismo sino que varía (y en esa variación va a tener su mismidad). Fausto de dice al instante: “detente, eres tan bello”, pero el instante ya ha escapado y ha continuado su loco variar, su devenir. Manrique advierte esa variación en la muerte de su padre  (donde se fueron…) y escribe unas coplas a la melancolía. Quevedo siente ese paso del tiempo como un despeñarse en la nada.

Pero la variación es solo uno de los dos aspectos que, en indivisible unidad, constituyen el fenómeno del pasar del tiempo. El paso del tiempo no sucede sin el quedar de lo que pasa. El tiempo no pasa. El tiempo no queda. El tiempo pasa quedando y queda pasando. En él, el pasar y el quedar no se oponen, sino que se implican mutuamente en su diferencia. El tiempo pasa, es decir, varía, cambia y se distingue de sí. Pero es él mismo quien varía, sin ser nada distinto y separado de ese mismo variar, por eso “queda”.

Pedirle al instante que se detenga implica no ver en él su poder de variación, su ir siendo él mismo en su diferenciarse de sí.

Decimos que el tiempo pasa porque primero es un futuro por venir, luego se hace presente y por último se pierde en el pasado. Pero algo cuya mismidad consiste en distinguirse de sí, se afirma en sus diferencias y no “queda atrás”.

 Que el tiempo pasa significa también que “da paso a otra cosa”. El pasar del tiempo significa que el tiempo mismo “da paso a otra cosa”, a otro tiempo, a otra época, a otra perspectiva, a otros asuntos, a otros horizontes, a otras posibilidades, a otras preocupaciones, a otras vidas. Que el tiempo pasa significa que, querámoslo o no, el presente “da paso a otra cosa” y no deja de hacerlo. Constantemente pasa porque constantemente está dando paso a otra cosa, cada día a otro día, cada mañana a otro despertar. Es cada nacimiento respecto a los progenitores, es cada generación nueva frente a las generaciones anteriores.

Por diferir de sí, el tiempo retorna a sí mismo. En ese retornar a sí mismo, el tiempo difiere de sí.

El paso del tiempo trae consigo algo distinto. Pero eso distinto que trae consigo el pasar del tiempo no puede revelarse con los rasgos que le son propios si no es referido a aquello de lo cual se distingue. Sin esa referencia, lo distinto no puede constituirse como distinto. Por lo tanto el pasar del tiempo no puede ser un aniquilarse de lo que pasa, porque de ser así, lo nuevo no aparecería como tal. Y aparece, a veces de modo terrible, como cuado te llega la noticia de que alguien que hasta entonces te acompañaba “no lo hará más”, o de modo feliz, cuando la noticia consiste en que alguien por venir “ya ha llegado”. En consecuencia, el pasar del tiempo es a la vez un quedar de lo que pasa. Un mundo sin Yanko es solo posible porque persiste la relación con un mundo con Yanko que se conserva y queda.

Nacimiento y muerte son diferencias que irrumpen trayendo algo nuevo (novedad en ser, con el nacimiento de alguien, novedad en nada con su ausencia). Esa novedad solo es tal en referencia a aquello respecto de lo cual es novedad. Por tanto lo que ocurre no es una aniquilación, sino un diferir, un variar.

El “pasar del tiempo”, la imposibilidad de permanecer idéntico a sí mismo, igual a sí, su ir siendo diferente de sí mismo, es su modo de ser quien es, de ser él mismo. Por esa razón su pasar, su estar siempre distinguiéndose de sí, su no poder estarse quieto, es su celebración de sí y su cumplimiento. No busca nada que le falte sino que celebra ser quien es, y en esa celebración, en ese ser él mismo, se separa de sí, dividiéndose en un presente que pasa y en un pasado que se conserva.

El pasar del tiempo no es anulación del tiempo, continuo hacerse nada, sino celebración de sí, porque él mismo consiste en diferir de sí mismo.

El tiempo en si mismo consiste en diferir de si, en hacerse otro que el que era, en pasar. Por eso nunca coincide consigo mismo, cambia y varía.  Pero en ese pasar, el tiempo se afirma  sí mismo en lo que es. Por eso queda. Es siempre el mismo siendo diferente de sí mismo.

Cuando no podemos seguir siendo quien éramos, ese presente ha pasado y adviene algo nuevo. Eso nuevo que adviene no puede presentar los rasgos de novedad que exhibe si no es porque aquello respecto de lo que es novedad se conserva. Por lo tanto, el pasar del presente y la irrupción de su novedad es también el conservarse el pasado respecto al cual el presente pasa. El presente pasa respecto del pasado que se conserva.


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Experimentar el paso del tiempo consiste en experimentar que el presente nunca es idéntico a sí mismo, siempre está distinguiéndose de sí. Por más que quieras que el presente permanezca igual a sí mismo, nunca lo hace, sino que varía y cambia, separándose de sí (y en esa variación va a tener su mismidad). Puedes decirle al instante, como hace Fausto, " detente, eres tan bello". Pero el instante no se detiene, sino que continúa su variación, distinguiéndose de sí mismo. Sentir que el tiempo pasa no es, entonces, sentir la caducidad de todas las cosas, ni su carácter fugitivo y pasajero. Sentir el paso del tiempo no es sentir que las cosas se anulan y se hacen nada, pues ¿cómo sentir que algo pasa si "es nada"? Consiste más bien en sentir que el presente se distingue de sí mismo, se separa de si irremediablemente, sin poder coincidir consigo. Sentir el paso del tiempo es sentir que el presente se separa y divide de sí mismo, en un pasado que se conserva y en un futuro que se anuncia. Y aquí viene lo interesante. Para sentir esa no coincidencia del presente consigo mismo, para sentir esa diferencia que atraviesa el presente, entre un presente-pasado y un presente-por venir, ambos han de coexistir simultáneamente, ambos han de ser coextensivos, no sucesivos. Ambos han de ser simultáneos a esa diferencia que los separa. Dicho de otro modo. Si en el presente experimentas la diferencia entre el pasado y el futuro es porque ambos siguen dándose. Si no ¿cómo vas a sentir su diferencia?¿cómo vas a sentir "que el tiempo pasa"? Allí atrás va quedando tu niñez a medida que creces. Pero ¿cómo sentirías esa diferencia con tu niñez, si ella desapareciera? Sólo puedes sentirte diferente de ella si ella insiste en ser.

Sentir el paso del tiempo consiste en sentir que el presente se distingue de sí mismo, se separa de si irremediablemente, sin poder coincidir consigo. Sentir el paso del tiempo es sentir que el presente se separa y divide de sí mismo. Pero para que tal cosa pueda ocurrir, deben seguir dándose -apareciendo, mostrándose- los términos en los que el presente se divide. Para poder sentir que el presente se divide y separa de sí mismo, hemos de poder sentir los términos en los que se divide. Por lo tanto esos términos en los que se divide son "algo" más bien que "nada".

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"El tiempo pasa" significa sentir que el presente es distinto del pasado, significa sentir que ya no somos los mismos que éramos, significa sentir que entre lo que fuimos y lo que somos se abre un abismo, una diferencia irreductible que nada puede anular. "El tiempo pasa" significa sentir una diferencia entre lo que fue y lo que es, entre el pasado y el presente. Esa diferencia revela al presente como distinto del pasado, muestra el presente como novedad respecto a lo que fue. Pero, y he aquí lo interesante del asunto, percibir esa diferencia supone necesariamente afirmar la realidad de los términos distinguidos. Supone la realidad de ese presente que sentimos distinto, pero también supone afirmar la realidad de aquello de lo cual se distingue, es decir, de lo que fue, pues gracias a ese diferenciarse aparece con los rasgos que le son propios.

Sientes que el tiempo pasa. Sientes que atrás quedaron las vacaciones cuando el inicio del nuevo curso se anuncia. Sientes que atrás va quedando tu infancia, a medida que creces y vas sintiéndote más adulto, más autónomo e independiente, a la vez que más responsable de tus actos. Vas sintiendo que atrás queda tu juventud, a medida que recorres la amplitud de tu madurez y las posibilidades que ella trae. Pero ¿cómo podrías sentir esa diferencia entre tu presente y tu pasado -cómo podrías sentir el paso del tiempo- si ese pasado no fuera nada? Sentir que el tiempo pasa es sentir que tu presente es distinto de tu pasado. Es sentir que no eres el mismo que eras, que algo ha cambiado, o que va cambiando. Pero advierte lo siguiente: solo puedes sentir esa diferencia entre tu presente y tu pasado si ambos son algo y no nada, y sobre todo, si el pasado es algo y no nada. Insistimos una vez más. Sólo puedes sentir la diferencia entre tu presente y tu pasado -es decir, solo puedes sentir el paso del tiempo, que el presente se distingue de si mismo- en la medida en que tu pasado es algo y no nada, en la medida en la que persiste su realidad. Percibir la diferencia entre los dos términos -sentir que el tiempo pasa- implica afirmar la realidad de ambos. Sin ella es imposible percibir su diferencia y esa diferencia es el contenido de la experiencia del pasar del tiempo. Volvamos sobre ello. Decimos que el tiempo pasa, que experimentamos  y sentimos su pasar. Ese pasar del tiempo consiste en sentir que el presente se separa de si mismo, por ejemplo, desdoblándose en algo que pasa y se va y en algo que se presenta y que llega. Pero solo podemos sentir esa diferencia si los dos términos distinguidos persisten en su realidad. Luego hay que concluir lo siguiente: la experiencia del paso del tiempo no es la experiencia del aniquilarse de las cosas. Sino más bien la de su persistente variación. Si sientes que el tiempo pasa, es decir, que ya no eres un niño, o que tu juventud va quedando atrás, etc., eso solo es posible porque se conserva la realidad de tu infancia, de tu juventud, de tu madurez. Sin esa conservación no habría nada respecto de lo cual sentirse diferente. La distinción supone la realidad de aquello de lo que se distingue. El pasar del tiempo supone el quedar de lo que pasa.
Lo que fuiste se distingue de lo que eres. Eras entonces un niño, ahora eres un joven, eras entonces soltero, ahora estás comprometido, eras entonces hijo, ahora eres también padre, eras estudiante de bachillerato, ahora eres universitario.  Sentir esa diferencia- entre lo que fuiste y lo que eres- es sentir "el paso del tiempo". Pero para sentir el paso del tiempo, para sentir esa diferencia, ambos términos distinguidos han de poseer realidad. Si uno de ellos carece de realidad, si es "nada", no se constituye la experiencia del paso del tiempo. Por esa razón el paso del tiempo no puede ser un aniquilarse de lo que pasa, pues de ser así no percibiríamos su diferencia. El paso del tiempo consiste en un distinguirse el presente de sí mismo, en un no coincidir nunca consigo, de modo que en ese ser siempre diferente de si mismo tiene su propia mismidad.

Sentir el paso del tiempo es sentir una diferencia. Pero sentir esa diferencia supone afirmar la realidad de lo diferenciado. Sentir el paso del tiempo es sentir una diferencia entre lo que fuiste y lo que eres. Pero esa diferencia supone la realidad de ambos términos. En conclusión, el pasar del tiempo no puede ser un aniquilarse de las cosas, sino un sentir la diferencia entre los términos irreductibles en los que el tiempo se va desdoblando, distinguiendo.


Yanko  y el paso del tiempo.

Estoy muy lejos de casa, a miles de kilómetros, cuando comienzo a escribir esta nota. Me llega la noticia a través de una llamada telefónica de que Yanko, el husky siberiano de mi familia, Yanko mismo, “ya no está”. No pudo aguantar más su larga enfermedad y para evitarle más dolor, se le sacrificó. Me extraña la idea de no verlo más, ni escuchar sus ladridos, ni jugar con él. Han sido catorce años en los que Yanko nos ha dado a todos su compañía. La vida de mis padres, ya jubilados, giraba en estos últimos años en torno a él. Sus días se organizaban según el horario de sus numerosas salidas: por la mañana temprano, al mediodía, por la tarde o incluso una vez más, ya de noche, llegaba el momento de sacarlo a dar su paseo. Y durante el paseo, llegaba también el ritual de las paradas, los caminos, los saludos con los vecinos, las charlas ocasionales con los transeúntes. Esos rituales eran siempre fuente de alegría, de orden, de sentido, a pesar de la pereza que a veces daba realizarlos, o de las peleas con otros perros, o de aventuras incómodas como la del rebaño de ovejas que Yanko se empeñó en perseguir y rodear, ante la furia del pastor.

Yanko nos regaló durante catorce años su compañía, pero ese tiempo ya pasó. El largo presente de su infancia de cachorro, de su juventud llena de ímpetu, de su majestuosa madurez y de su vejez débil y tierna ha pasado ya, y ha dado paso a otra cosa, a algo distinto que llena la casa donde vivía y los caminos que recorría, y que es, por ahora y durante un tiempo, silencio. El tiempo de su presente ha dado paso a algo distinto. El tiempo ha pasado. El tiempo pasó.

Pero si es cierto que Yanko nos ha dado durante tantos años su compañía, también es cierto que ahora, en este mismo instante, sigue dándonos algo tan valioso como aquello, y tan real.  Aquí y ahora, cuando todo ese tiempo ha pasado, nos está dando que pensar. Nos da que pensar, generoso como es, sobre el pasar del tiempo.  Pues cuando por teléfono te dan la noticia y después de unas palabras cuelgas en silencio y te vas a caminar, lo que ha sucedido es que el tiempo ha pasado, irremediablemente, por más que tú no quieras, dando lugar a algo distinto. Y te quedas ahí, pasmado, preguntándote qué ha ocurrido, en qué consiste eso que sucede y que no es otra cosa que el pasar del tiempo.

Ése es el regalo que aquí y ahora Yanko nos está dando. Nos da que pensar por el tiempo y su paso. Sólo nos queda ser fieles a ese regalo, no darle la espalda e intentar, en la medida de lo posible, descubrir su contenido. Por eso nos hacemos esta pregunta ¿En qué consiste el pasar del tiempo? (Continuará).

 
Sobre el pasar del tiempo.

1ª parte.

Te encuentras junto al teléfono esperando una noticia. Tal vez has conseguido el trabajo buscado durante tanto tiempo y la llamada te lo confirmará. Tal vez se ha producido el parto esperado y ya eres padre. Tal vez el familiar enfermo no ha soportado más y ha llegado a su fin. De repente suena la llamada. Contestas y unas palabras responden a tu espera. Desde entonces, ya nada es lo mismo. Tal vez has dejado de estar en el paro y desde ahora tienes un trabajo. Tal vez el parto llegó a su fin y desde ahora eres padre. Quizás el enfermo agotó sus fuerzas y ya estás sin él. La llamada trae consigo una novedad (novedad en ser, en el caso del trabajo conseguido o del niño acabado de nacer, novedad en nada en el caso del familiar fallecido) y tras ella nada es ya lo mismo. ¿Qué es lo que ha sucedido? Que ha pasado el tiempo. Es el paso del tiempo quien ha llamado a tu puerta y desde entonces nada permanece como era. Todo ese tiempo de búsqueda de empleo ha pasado, dando lugar a algo distinto. O también: toda tu infancia en la que simplemente eras "hijo", queda atrás dando lugar a algo diferente porque en adelante eres "padre" y alguien más, ese niño, estará en tu vida desde ahora. O quizás: todo ese largo presente en que él o ella te acompañó queda ahora atrás dando lugar a algo distinto, un mundo determinado por su ausencia.

"El tiempo pasa" significa: algo ocurre, el presente se distingue irremediablemente de sí mismo trayendo consigo una novedad.

En un instituto, una clase de Matemáticas o Filosofía se prolonga hasta que suena el timbre. Este sonido es la señal de que la clase "ha pasado". El profesor recoge sus apuntes y sale del aula para dar la siguiente clase, los alumnos se levantan y se dirigen al pasillo mientras llega el siguiente profesor. Que el tiempo ha pasado significa entonces que el presente se distingue de si mismo, no sin dar paso a algo diferente de sí. Por lo tanto, el pasar del tiempo implica el traer consigo una novedad, una distinción. Habitualmente nos fijamos en el paso del presente, pero no en la novedad que siempre trae consigo (ya sea novedad en ser o novedad en nada).

El tiempo no pasa sin traer consigo algo distinto (ya sea la alegría por la llegada de un niño recién nacido o la tristeza por la ausencia de alguien a quien queremos). Solemos advertir o bien lo uno o bien lo otro, o bien aquello que se va, cuando es algo triste, o bien aquello que llega, cuando es algo alegre. Sin embargo ambos aspectos se dan a la vez, indisolublemente. En el pasar del tiempo, el partir es un llegar. Nada pasa sin traer consigo una novedad.

2ª parte.

"El tiempo pasa" significa: el presente nunca coincide consigo mismo, nunca es idéntico a sí mismo, sino que no deja de variar y distinguirse de sí. En ese continuo distinguirse de sí, trae consigo una novedad.

Ahora bien, Una novedad sólo aparece como tal si se conserva aquello respecto  de lo cual es novedad. De lo contrario, la novedad no puede aparecer con los rasgos que le son propios. Decimos: "el tiempo pasa" y en ese pasar trae consigo algo distinto. Pero la novedad que trae ese pasar solo aparece en sus rasgos propios si continua apareciendo aquello respecto de lo cual es novedad.


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Cuando decimos "el tiempo pasa" lo que ha sucedido es que el tiempo se ha transformado en algo distinto de sí mismo y advertimos esa diferencia. Algo ocurre, el tiempo ya no es el que era, se abre una diferencia entre "lo que fue" y "lo que es". Y la experiencia del pasar del tiempo consiste en percibir esa diferencia entre lo uno y lo otro.

El poder del tiempo consiste en eso. No en aniquilar todas las cosas a medida que transcurren, sino el de hacerse distinto de sí mismo sin dejar de ser él mismo. El tiempo mismo consiste en ir distinguiéndose de sí mismo, ese es su modo de ser quien es. Y la experiencia de su pasar consiste en sentir esa diferencia que no deja de abrirse en su seno.

Sentir el paso del tiempo es sentir esa diferencia que se abre en el seno mismo del tiempo, entre "lo que fue" y "lo que es", y su mutua irreductibilidad.
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Los latidos del tiempo: el “pasar del tiempo consiste en un constante separarse el tiempo de sí mismo y en un constante reunirse consigo, todo ello en un doble latido que se repite: separarse de sí, reunirse consigo. En ese latir, el tiempo va siendo quien es en el diferenciarse de sí. En su diferencia tiene su mismidad.
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El sentir el paso del tiempo es un sentir doble. Por un lado consiste en sentir la diferencia irreductible entre los términos en los que se diferencia (“lo que fue”, “lo que es”). Por otro consiste en sentir su reunión en el seno de la diferencia que los separa (presencia mutua del uno en el otro, el límite es lugar del dolor –por la separación) y de la alegría –por el reencuentro en la diferencia). Se reúne en la diferencia que los separa y ese es el contenido del sentir. Solemos quedarnos solo con un lado del fenómeno, con la separación entre lo que fue y lo que es. Pero hay que añadir el otro lado del fenómeno, que es la reunión de ambos en la diferencia que los separa, cuyo testimonio es ese sentir. En efecto, lo que fue y lo que es son distintos, pero por lo mismo, se implican mutuamente en su distinción. La distinción supone la implicación de lo distinguido.

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El poder del tiempo no consiste en reducir todas las cosas a la nada, como si la única potencia que determinara su devenir (transcurrir) fuera el Olvido. Ni siquiera el Olvido lo hace. Más bien consiste en la capacidad que muestra para distinguirse de sí mismo sin dejar de ser él. El poder del tiempo consiste en ser capaz de ser él mismo distinguiéndose de sí mismo. Esa diferencia de sí consigo es la que sentimos al experimentar “el paso del tiempo”.


Decimos que el tiempo pasa cuando afirmamos, por ejemplo,  que “las vacaciones se han terminado y comienza un nuevo curso”. Pero ¿en qué consiste la experiencia de ese pasar del tiempo? En sentir una diferencia entre “lo que fue”, las vacaciones del verano, y “lo que es”, el nuevo curso que empieza. Ahora bien, sentir esa diferenta implica la realidad de lo distinguido, tanto de lo que fue como de lo que es. Si “lo que fue” se aniquilara, no podríamos sentir su diferencia con el presente, y la sentimos. El tiempo se separa de sí mismo, desdoblándose en “lo que fue” y en “lo que es”. Sentir el pasar del tiempo es sentir esa diferencia.
¿Una consecuencia? Lo que fue no se aniquila, sino que se conserva. El paso del tiempo no es una anulación de las cosas, sino un distinguirse de sí en el que el tiempo tiene su mismidad. Él es él mismo distinguiéndose de sí mismo. Al distinguirse de sí percibimos su diferencia. Esa diferencia es el contenido de la experiencia del pasar del tiempo.
Sentir tu diferencia entre tu infancia (que se aleja) y tu juventud, o entre tu juventud y tu madurez, o entre tu madurez y tu vejez. Lo uno no es lo otro, desde luego. Pero a la vez, esa diferencia implica la realidad de lo diferenciado. Si no hubiera infancia  ¿de qué te sentirías distinto en cuanto joven, maduro o anciano?
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El movimiento propio del tiempo es ese movimiento doble por el cual el tiempo se separa de sí (infancia/juventud) y a una se reúne consigo en el límite.
Si tu infancia fuera “nada” ¿de qué te sentirías distinto? Y sin embargo lo sientes. Pues bien, cuando te digan que todo pasa y nada queda, recuerda esto y sé fiel a tu sentir.
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El poder del tiempo consiste en no permanecer nunca idéntico a sí mismo, en “cambiar, variar, mudar” (pasan las vacaciones, pasa el curso, pasa la juventud) sino en ser siempre él mismo en su distinguirse de sí, Su poder consiste en nacer constantemente de sí mismo. El futuro será distinto del pasado, y a esa diferencia entre ambos la llamamos presente.
Todo aquel que intenta hacer del tiempo algo idéntico a sí mismo, es decir, todo aquel que intenta hacer del presente el lugar donde el futuro (lo que será) se identifica con el pasado (lo que fue) fracasan.

El constante fracaso de todo anhelo de poder que pretende anular el curso del tiempo, haciendo del porvenir mera prolongación del pasado, es el contenido del curso mismo del tiempo. Que “el tiempo pasa” es la permanente refutación del Poder que intenta anularlo.

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Sólo podemos sentir que “pasa el tiempo” si a la vez queda y se conserva aquello de lo cual se diferencian los nuevos tiempos, la novedad que (el paso del tiempo) trae consigo. Su “novedad” lo necesita para mostrarse como tal.

Sólo podemos sentir que “pasa el tiempo” si junto a los nuevos tiempos que llegan se conservan los antiguos porque lo que sentimos al decir que el tiempo pasa es su diferencia. Sentir que el tiempo pasa es sentir la diferencia entre los nuevos tiempos y los antiguos, entre lo que fue y lo que es. . Por tanto, si bien sin irreductibles los unos a los otros, coexisten en la diferencia que los separa. El presente es distinto del pasado, pero no por ello se suceden.

Lo presente no está ausente. Lo ausente no está presente. Pero ambos coexisten en el seno de la diferencia que, separándolos, los pone en relación. ¿En qué consiste esa relación? Devenir, síntesis disyuntiva, variación.