Borrador. ¿Dios ha muerto? Notas sobre lo Sagrado.
Todo lo que sigue es simplemente un borrador.
Justificación.
Esas notas nacen de las preguntas insistentes de los alumnos acerca de una cuestión: qué pienso yo sobre Dios. Todo ello a partir del estudio en clase de la obra de diversos autores, aunque sobre todo con Tomás de Aquino y las 5 vías.
Sin embargo el tema de Dios, de lo divino y de lo Sagrado ha aparecido desde el comienzo del curso, con los antiguos Griegos, el nacimiento de la Filosofía y su relación con el mito. Al ir finalizando el curso aparecerá también en Nietzsche , por ejemplo, con su pensamiento acerca de la muerte de Dios.¿Qué pienso yo de todo ello? En las líneas que siguen intento aclararme a mi mismo. E intentamos centrar la cuestión en el título de la charla: “¿Dios ha muerto? Notas sobre lo Sagrado”.
1.Definiendo algunos conceptos.
Comenzaremos estas notas definiendo antes de nada dos conceptos que vamos a utilizar a menudo. Esos conceptos son los de “mundo” y “lo sagrado”.
Vamos a entender por “mundo” aquel modo de presentarse la realidad por el cual podemos controlarla, dominarla, preveer su comportamiento, reducirla a nuestros deseos, hacerla coincidir con nuestros sueños y proyectos. “Mundo” es la realidad en cuanto cae bajo el poder y dominio de nuestras capacidades lógicas, lingüísticas y técnicas. Es la realidad cuando se presenta dócil a nuestros proyectos y deseos, a su instrumentalización y utilización.
Sin embargo es una experiencia común la constatación de lo siguiente: más allá de todas nuestras capacidades de dominio (lógico, lingüístico, tecnológico), la realidad muestra una dimensión absolutamente indominable para el hombre. Podemos transformarla para adaptarla a nuestras necesidades, pero no de forma ilimitada. En última instancia, la realidad se sustrae al dominio del ser humano y sus instrumentos. Pues bien, la realidad, en cuanto se resiste perpetuamente a la voluntad de poder del hombre, aparece como “lo sagrado”.
En consecuencia, vamos a entender por “lo sagrado” aquel modo en que la realidad se presenta más allá de nuestras capacidades de dominio y control, como lo absolutamente indominable, resistente a nuestros proyectos y sueños, como lo absolutamente Otro a nuestros deseos de poder. Lo sagrado es (ese modo de presentarse) lo real cuando irrumpe en nuestra vida escapando a todos nuestros intentos de conceptualización y determinación, uso e instrumentalización, trascendiendo así cualquier utilidad.
Un texto de Fernando Savater en su libro “Invitación a la Ética” nos servirá para ilustrar esta definición: “Pues lo sagrado es extrañeza en estado puro, es lo absolutamente otro; algo del azoro y la extrañeza de lo sagrado sentimos al avergonzarnos de nuestras turbadoras fantasías o de nuestros sueños. Todo aquello en que se revela lo auténticamente otro, lo que escapa a nuestras categorías o a nuestra voluntad, lo inhumano, lo imprevisto, lo incontrolable, tiene algo de sagrado, sea la naturaleza, o la violencia sin cálculo, la enfermedad y lo inexplicable, el azar, la muerte. También el erotismo y en general todo amor. Los dioses son las simbolizaciones preferentes de las diversas manifestaciones de lo sagrado, por las que nos aproximamos a la extrañeza con mayor familiaridad, pero sin dejar de sentir el temblor del asombro. A este tipo de relación con lo sagrado es a lo que ya hemos llamado antes piedad, que exactamente consiste en “saber tratar adecuadamente con lo otro” (Zambrano)”.
2. Dos órdenes de experiencia.
A partir de estos conceptos podemos afirmar que nuestra vida se juega en dos órdenes de experiencia, y no sólo en uno. Por una lado vivimos en el mundo, siendo el mundo la realidad en tanto dominable por nuestra voluntad, comprendida por nuestro entendimiento y transformada por nuestros proyectos. Pero ahí no se agota nuestra experiencia de vida porque, a la vez, vivimos también lo que trasciende este orden. En nuestra vida irrumpe lo indominable, lo indisponible, lo no instrumental, lo no reductible a nuestra voluntad de poder: lo sagrado.
Vivir implica encontrarse, querámoslo o no, entre esos dos órdenes de experiencia: el mundo, la realidad sumisa a nuestros sueños, y lo sagrado, lo real irrumpiendo en su extrañeza y misterio.
Pero si es cierto ¿podríamos encontrar en nuestra vida ejemplos de experiencias cercanas en las que algo cotidiano y conocido, de repente nos revela otro rostro, el rostro de algo que trasciende todo nuestro saber sobre ello, quebrando nuestro conocimiento y abriendo el mundo hacia lo indisponible? Si fuera así, en esas experiencias encontraríamos signos de lo sagrado, y eso es lo que ahora estamos buscando.
3. Signos de lo sagrado: los símbolos.
Los signos de lo sagrado, que ahora buscamos, y que están dispersos por nuestra vida como semillas olvidadas esperando renacer, tienen un carácter peculiar, por la siguiente razón. Son modos en los que lo sagrado se manifiesta, (y eso lo atestigua nuestra experiencia, como luego veremos) pero en ellos lo sagrado se mantiene oculto y velado. Con esto queremos decir que lo sagrado se manifiesta en esos signos, pero ninguno de ellos agota su realidad. ¿Cómo llamamos a esos signos que, refiriéndose a aquello que nombran y así haciéndose en ellos presentes, jamás lo agotan? Esos signos reciben el nombre de símbolos. Lo Sagrado se revela en los símbolos que lo nombran pero ningún símbolo agota jamás la realidad de lo Sagrado.
Repitámonos esa idea para que quede lo más clara posible. Aquello en lo que irrumpe lo sagrado recibe el nombre de símbolo, pero ningún símbolo agota la realidad de lo Sagrado. Y ello porque lo Sagrado es precisamente lo que desborda todo intento de dominio y aprehensión lógica, lingüística o técnica.
5. Buscando signos de lo Sagrado.
Esta búsqueda de signos de lo Sagrado no es original, ni inicia ningún camino. Una infinidad de culturas, es decir, de formas de vida, atestiguan desde siempre (signos de) la irrupción de lo sagrado en el mundo.
Y así, hubo un tiempo en el que lo sagrado se le revelaba y mostraba al hombre como principio salvaje e indomable, generador de vida y dador de muerte, Diosa madre, Magna Mater, origen de toda vida y principio de toda muerte. Lo sagrado irrumpe en el mundo como Poder engendrador y destructor y a él se refieren el ciclo de las estaciones, la alternancia del día y de la noche, o el giro interminable del nacer y del morir. Tales fenómenos son el modo en el que lo Sagrado aparece ocultándose.
La forma que mejor simboliza ese lado oscuro de lo sagrado en el de la Magna Diosa, fuente de todos los dones pero también fuente de todas las catástrofes. Son por ejemplo la diosa Gea, o Cibeles. En el cielo se manifiesta como principio nocturno. Bajo tierra se manifiesta como poder que aparece y se oculta en forma recurrente y periódica.
En otro tiempo, lo sagrado se le revelará al hombre como poder que pone orden en ese principio generador y destructor, limitándolo y reconduciéndolo según su propia ley. El carácter salvaje e indómito de lo sagrado, animal monstruoso de mil cabezas, Gorgona de cabello formado por serpientes y cuya mirada mata al instante, caerá aniquilado por el poder de la luz. El dragón muere en manos del caballero, Hércules aniquila a todo ser que proviene de las sombras. El Dios padre determina y da forma a lo real, fijando sus límites y sometiéndolo a su ley.
Hubo un tiempo también en el que lo Sagrado se reveló al hombre no como principio de vida y muerte, ni como principio de ley y orden, sino como fuente de salud, alegría y amor. Y así, la diosa salvaje rodeada de fieras y la espada que la vence instaurando el orden dejan paso a aquel que trae una palabra de redención, más allá de un orden seguido siempre por el miedo y la culpa. Se trata del Enviado, aquel que ha de venir.
6. Signos de lo Sagrado hoy: Dios ha muerto.
Hubo un tiempo, como vemos, en el que lo Sagrado se encarnaba en las palabras que lo nombraban y arrojaban luz sobre las cosas y los actos de los hombres. Sin embargo debemos ahora hacernos una pregunta. ¿Cómo se presenta hoy y entre nosotros la realidad en ese modo de aparecer que hemos denominado “lo Sagrado”? Lo Sagrado irrumpe en el mundo porque la realidad sigue resistiéndose a todos nuestros intentos de dominación y control. ¿Cómo lo hace hoy?
Antes de dar cualquier contestación debemos describir brevemente la situación en la que nos encontramos y que determina el punto de partida de esa pregunta. Al enunciar esa pregunta nos encontramos siempre ya en un mundo en el que las palabras que hablan de lo Sagrado han perdido su poder de convocatoria y simbolización. Los relatos en los que se narra la irrupción de lo Sagrado en el mundo ya no nos dicen nada, son palabras que apuntan hacia algo que ya no aparece. Esas palabras han perdido toda eficacia y son entendidas como fabulaciones, relatos imaginarios, productos de la subjetividad, imaginaciones de los hombres, pero no como lugar donde se dan cita el hombre y lo Sagrado.
Por todo ello debemos decir que nuestro mundo es un mundo del que los dioses han huido, del que lo divino se ha retirado. Vivimos en un mundo en el que lo Sagrado se ha replegado en un silencio del que nada parece poder sacarlo. ¿Y en qué consiste el silencio llevado al límite? Ese silencio llevado a su máxima expresión no es sino el silencio de la propia muerte, la muerte de Dios. Por ello pensamos que nuestro mundo es el mundo en el que Dios ha muerto. Toda palabra que nombra a Dios, a lo divino, a lo Sagrado, es sospechosa de engaño y mentira, de ser proyección de deseos inconscientes, de miedos inextinguibles o de anhelos de poder. El silencio de Dios es incluso olvidado como tal silencio y sólo vivimos entre cosas.
Por todo ello podemos decir que la muerte de Dios es el horizonte a la luz del cual hoy interpretamos nuestra vida, aunque no lo llamemos así. Hubo un tiempo en el que el nacer y el morir, el vivir, el hablar, el desear, se realizaban a la luz de una realidad entendida como fuerza eterna que se regenera sin cesar, o como poder dominante del cielo y de la tierra, o como lugar en el que la verdad acampó aunque nadie se dio cuenta de ello. Hoy, sin embargo, ese horizonte está vacío, no hay nada, o dicho de otro modo: hay la Nada, el vacío, el desierto. Y de ese modo transcurre nuestra vida, a la luz de la nada. No somos nada, en efecto. Nacemos, vivimos, gozando y sufriendo, para después de un breve forcejeo morir y volver a la nada. Lo Sagrado, en otro tiempo poblado de Dioses, de seres intermedios o del Dios del abismo y del Silencio, está ahora arrasado. El desierto crece, nos dicen, y en efecto, el desierto ha secado el poder revelador de todos aquellos relatos que señalaban la aparición de lo Sagrado en el Mundo. Ninguna palabra señala ya la aparición de lo sagrado en el mundo. Ninguna palabra ni signo ni símbolo apuntan a nada que desborde nuestro mundo. Todo es conocido, cotidiano, sabido, controlable, manipulable, y si todavía no lo es, lo será en el futuro.
El desierto crece, Dios ha muerto. Eso implica que el doble orden de experiencia en el que vivimos muestra tachada una de sus dimensiones. Lo Sagrado, la realidad más allá de toda voluntad de poder humana, rehúsa toda comparecencia y deja como rastro humo, o menos aún, vacío, y tras de sí, un mundo de cosas que simplemente son lo que son para nuestro sano sentido común. Cosas que responden dóciles a su definición y una voluntad dominadora que se agota (y agota a toda realidad a ser solo lo que es) en planificar, gestionar y organizar el desarrollo y despliegue de un mundo en el que nada ocurre si no es el eterno retorno de lo Mismo.
Y sin embargo, lo Sagrado irrumpe en el mundo, hoy. En un mundo determinado por la muerte de Dios, por la ausencia de relatos capaces de simbolizar su irrupción y articular su revelación sigue desvelándose. Porque se puede encontrar en ese mismo mundo algo que lo desborda y trasciende, algo que aparece en él y a la vez escapa a todo intento de entendimiento. Experiencias, signos de lo sagrado
Podemos señalar alguna de ellas. En primer lugar, la experiencia de la muerte. En efecto. La palabra muerte no tiene un único significado, sino al menos dos. La muerte como algo conocido y sabido por todos, como aquello que no deja de ocurrirles a todos, de repetirse sin fin en el pasado, en el presente, en el futuro, aquello conocido y estudiado por tantas ciencias, como la sociología, la psicología, la medicina, la estadística. Nada más cotidiano y habitual. Cientos de expertos nos hablarán de ella, la relacionarán con condiciones socioeconómicas, nos enseñarán las fases de su aceptación, nos orientarán a la hora de responder ante su embate. Sin embargo esa muerte conocida es siempre la muerte de los otros. Porque de la propia ¿qué experiencia hay, a cual podemos acudir en el pasado para saber a qué atenernos? ¿Ha ocurrido en el pasado? Está por definición siempre por venir. Por tanto, nadie nos puede alumbrar respecto a ella. Nadie. Es lo irreductible a todo intento de comprensión y nuestra vida se ve a su luz. Pero esto implica lo siguiente. Ser mortal no significa estar destinado a la desaparición, sino vivir a la luz de un Misterio.
Tales experiencias se dan y sin reclamar nada más que a ellas mismas nos fuerzan a decir que no basta con lo que el mundo cree que es. La realidad se presenta de más modos que los convencionales.
Y si es así, podemos volvernos sobre los relatos que nos hablan de lo Sagrado y tratar de escucharlos de nuevo en busca de su sentido, sabiendo que lo sagrado se muestra en los símbolos, pero ningún símbolo agota lo sagrado. Así respecto a lo sagrado diremos que lo sagrado hoy aparece como una polifonía de voces a desentrañar.
Todo lo que sigue es simplemente un borrador.
Justificación.
Esas notas nacen de las preguntas insistentes de los alumnos acerca de una cuestión: qué pienso yo sobre Dios. Todo ello a partir del estudio en clase de la obra de diversos autores, aunque sobre todo con Tomás de Aquino y las 5 vías.
Sin embargo el tema de Dios, de lo divino y de lo Sagrado ha aparecido desde el comienzo del curso, con los antiguos Griegos, el nacimiento de la Filosofía y su relación con el mito. Al ir finalizando el curso aparecerá también en Nietzsche , por ejemplo, con su pensamiento acerca de la muerte de Dios.¿Qué pienso yo de todo ello? En las líneas que siguen intento aclararme a mi mismo. E intentamos centrar la cuestión en el título de la charla: “¿Dios ha muerto? Notas sobre lo Sagrado”.
1.Definiendo algunos conceptos.
Comenzaremos estas notas definiendo antes de nada dos conceptos que vamos a utilizar a menudo. Esos conceptos son los de “mundo” y “lo sagrado”.
Vamos a entender por “mundo” aquel modo de presentarse la realidad por el cual podemos controlarla, dominarla, preveer su comportamiento, reducirla a nuestros deseos, hacerla coincidir con nuestros sueños y proyectos. “Mundo” es la realidad en cuanto cae bajo el poder y dominio de nuestras capacidades lógicas, lingüísticas y técnicas. Es la realidad cuando se presenta dócil a nuestros proyectos y deseos, a su instrumentalización y utilización.
Sin embargo es una experiencia común la constatación de lo siguiente: más allá de todas nuestras capacidades de dominio (lógico, lingüístico, tecnológico), la realidad muestra una dimensión absolutamente indominable para el hombre. Podemos transformarla para adaptarla a nuestras necesidades, pero no de forma ilimitada. En última instancia, la realidad se sustrae al dominio del ser humano y sus instrumentos. Pues bien, la realidad, en cuanto se resiste perpetuamente a la voluntad de poder del hombre, aparece como “lo sagrado”.
En consecuencia, vamos a entender por “lo sagrado” aquel modo en que la realidad se presenta más allá de nuestras capacidades de dominio y control, como lo absolutamente indominable, resistente a nuestros proyectos y sueños, como lo absolutamente Otro a nuestros deseos de poder. Lo sagrado es (ese modo de presentarse) lo real cuando irrumpe en nuestra vida escapando a todos nuestros intentos de conceptualización y determinación, uso e instrumentalización, trascendiendo así cualquier utilidad.
Un texto de Fernando Savater en su libro “Invitación a la Ética” nos servirá para ilustrar esta definición: “Pues lo sagrado es extrañeza en estado puro, es lo absolutamente otro; algo del azoro y la extrañeza de lo sagrado sentimos al avergonzarnos de nuestras turbadoras fantasías o de nuestros sueños. Todo aquello en que se revela lo auténticamente otro, lo que escapa a nuestras categorías o a nuestra voluntad, lo inhumano, lo imprevisto, lo incontrolable, tiene algo de sagrado, sea la naturaleza, o la violencia sin cálculo, la enfermedad y lo inexplicable, el azar, la muerte. También el erotismo y en general todo amor. Los dioses son las simbolizaciones preferentes de las diversas manifestaciones de lo sagrado, por las que nos aproximamos a la extrañeza con mayor familiaridad, pero sin dejar de sentir el temblor del asombro. A este tipo de relación con lo sagrado es a lo que ya hemos llamado antes piedad, que exactamente consiste en “saber tratar adecuadamente con lo otro” (Zambrano)”.
2. Dos órdenes de experiencia.
A partir de estos conceptos podemos afirmar que nuestra vida se juega en dos órdenes de experiencia, y no sólo en uno. Por una lado vivimos en el mundo, siendo el mundo la realidad en tanto dominable por nuestra voluntad, comprendida por nuestro entendimiento y transformada por nuestros proyectos. Pero ahí no se agota nuestra experiencia de vida porque, a la vez, vivimos también lo que trasciende este orden. En nuestra vida irrumpe lo indominable, lo indisponible, lo no instrumental, lo no reductible a nuestra voluntad de poder: lo sagrado.
Vivir implica encontrarse, querámoslo o no, entre esos dos órdenes de experiencia: el mundo, la realidad sumisa a nuestros sueños, y lo sagrado, lo real irrumpiendo en su extrañeza y misterio.
Pero si es cierto ¿podríamos encontrar en nuestra vida ejemplos de experiencias cercanas en las que algo cotidiano y conocido, de repente nos revela otro rostro, el rostro de algo que trasciende todo nuestro saber sobre ello, quebrando nuestro conocimiento y abriendo el mundo hacia lo indisponible? Si fuera así, en esas experiencias encontraríamos signos de lo sagrado, y eso es lo que ahora estamos buscando.
3. Signos de lo sagrado: los símbolos.
Los signos de lo sagrado, que ahora buscamos, y que están dispersos por nuestra vida como semillas olvidadas esperando renacer, tienen un carácter peculiar, por la siguiente razón. Son modos en los que lo sagrado se manifiesta, (y eso lo atestigua nuestra experiencia, como luego veremos) pero en ellos lo sagrado se mantiene oculto y velado. Con esto queremos decir que lo sagrado se manifiesta en esos signos, pero ninguno de ellos agota su realidad. ¿Cómo llamamos a esos signos que, refiriéndose a aquello que nombran y así haciéndose en ellos presentes, jamás lo agotan? Esos signos reciben el nombre de símbolos. Lo Sagrado se revela en los símbolos que lo nombran pero ningún símbolo agota jamás la realidad de lo Sagrado.
Repitámonos esa idea para que quede lo más clara posible. Aquello en lo que irrumpe lo sagrado recibe el nombre de símbolo, pero ningún símbolo agota la realidad de lo Sagrado. Y ello porque lo Sagrado es precisamente lo que desborda todo intento de dominio y aprehensión lógica, lingüística o técnica.
5. Buscando signos de lo Sagrado.
Esta búsqueda de signos de lo Sagrado no es original, ni inicia ningún camino. Una infinidad de culturas, es decir, de formas de vida, atestiguan desde siempre (signos de) la irrupción de lo sagrado en el mundo.
Y así, hubo un tiempo en el que lo sagrado se le revelaba y mostraba al hombre como principio salvaje e indomable, generador de vida y dador de muerte, Diosa madre, Magna Mater, origen de toda vida y principio de toda muerte. Lo sagrado irrumpe en el mundo como Poder engendrador y destructor y a él se refieren el ciclo de las estaciones, la alternancia del día y de la noche, o el giro interminable del nacer y del morir. Tales fenómenos son el modo en el que lo Sagrado aparece ocultándose.
La forma que mejor simboliza ese lado oscuro de lo sagrado en el de la Magna Diosa, fuente de todos los dones pero también fuente de todas las catástrofes. Son por ejemplo la diosa Gea, o Cibeles. En el cielo se manifiesta como principio nocturno. Bajo tierra se manifiesta como poder que aparece y se oculta en forma recurrente y periódica.
En otro tiempo, lo sagrado se le revelará al hombre como poder que pone orden en ese principio generador y destructor, limitándolo y reconduciéndolo según su propia ley. El carácter salvaje e indómito de lo sagrado, animal monstruoso de mil cabezas, Gorgona de cabello formado por serpientes y cuya mirada mata al instante, caerá aniquilado por el poder de la luz. El dragón muere en manos del caballero, Hércules aniquila a todo ser que proviene de las sombras. El Dios padre determina y da forma a lo real, fijando sus límites y sometiéndolo a su ley.
Hubo un tiempo también en el que lo Sagrado se reveló al hombre no como principio de vida y muerte, ni como principio de ley y orden, sino como fuente de salud, alegría y amor. Y así, la diosa salvaje rodeada de fieras y la espada que la vence instaurando el orden dejan paso a aquel que trae una palabra de redención, más allá de un orden seguido siempre por el miedo y la culpa. Se trata del Enviado, aquel que ha de venir.
6. Signos de lo Sagrado hoy: Dios ha muerto.
Hubo un tiempo, como vemos, en el que lo Sagrado se encarnaba en las palabras que lo nombraban y arrojaban luz sobre las cosas y los actos de los hombres. Sin embargo debemos ahora hacernos una pregunta. ¿Cómo se presenta hoy y entre nosotros la realidad en ese modo de aparecer que hemos denominado “lo Sagrado”? Lo Sagrado irrumpe en el mundo porque la realidad sigue resistiéndose a todos nuestros intentos de dominación y control. ¿Cómo lo hace hoy?
Antes de dar cualquier contestación debemos describir brevemente la situación en la que nos encontramos y que determina el punto de partida de esa pregunta. Al enunciar esa pregunta nos encontramos siempre ya en un mundo en el que las palabras que hablan de lo Sagrado han perdido su poder de convocatoria y simbolización. Los relatos en los que se narra la irrupción de lo Sagrado en el mundo ya no nos dicen nada, son palabras que apuntan hacia algo que ya no aparece. Esas palabras han perdido toda eficacia y son entendidas como fabulaciones, relatos imaginarios, productos de la subjetividad, imaginaciones de los hombres, pero no como lugar donde se dan cita el hombre y lo Sagrado.
Por todo ello debemos decir que nuestro mundo es un mundo del que los dioses han huido, del que lo divino se ha retirado. Vivimos en un mundo en el que lo Sagrado se ha replegado en un silencio del que nada parece poder sacarlo. ¿Y en qué consiste el silencio llevado al límite? Ese silencio llevado a su máxima expresión no es sino el silencio de la propia muerte, la muerte de Dios. Por ello pensamos que nuestro mundo es el mundo en el que Dios ha muerto. Toda palabra que nombra a Dios, a lo divino, a lo Sagrado, es sospechosa de engaño y mentira, de ser proyección de deseos inconscientes, de miedos inextinguibles o de anhelos de poder. El silencio de Dios es incluso olvidado como tal silencio y sólo vivimos entre cosas.
Por todo ello podemos decir que la muerte de Dios es el horizonte a la luz del cual hoy interpretamos nuestra vida, aunque no lo llamemos así. Hubo un tiempo en el que el nacer y el morir, el vivir, el hablar, el desear, se realizaban a la luz de una realidad entendida como fuerza eterna que se regenera sin cesar, o como poder dominante del cielo y de la tierra, o como lugar en el que la verdad acampó aunque nadie se dio cuenta de ello. Hoy, sin embargo, ese horizonte está vacío, no hay nada, o dicho de otro modo: hay la Nada, el vacío, el desierto. Y de ese modo transcurre nuestra vida, a la luz de la nada. No somos nada, en efecto. Nacemos, vivimos, gozando y sufriendo, para después de un breve forcejeo morir y volver a la nada. Lo Sagrado, en otro tiempo poblado de Dioses, de seres intermedios o del Dios del abismo y del Silencio, está ahora arrasado. El desierto crece, nos dicen, y en efecto, el desierto ha secado el poder revelador de todos aquellos relatos que señalaban la aparición de lo Sagrado en el Mundo. Ninguna palabra señala ya la aparición de lo sagrado en el mundo. Ninguna palabra ni signo ni símbolo apuntan a nada que desborde nuestro mundo. Todo es conocido, cotidiano, sabido, controlable, manipulable, y si todavía no lo es, lo será en el futuro.
El desierto crece, Dios ha muerto. Eso implica que el doble orden de experiencia en el que vivimos muestra tachada una de sus dimensiones. Lo Sagrado, la realidad más allá de toda voluntad de poder humana, rehúsa toda comparecencia y deja como rastro humo, o menos aún, vacío, y tras de sí, un mundo de cosas que simplemente son lo que son para nuestro sano sentido común. Cosas que responden dóciles a su definición y una voluntad dominadora que se agota (y agota a toda realidad a ser solo lo que es) en planificar, gestionar y organizar el desarrollo y despliegue de un mundo en el que nada ocurre si no es el eterno retorno de lo Mismo.
Y sin embargo, lo Sagrado irrumpe en el mundo, hoy. En un mundo determinado por la muerte de Dios, por la ausencia de relatos capaces de simbolizar su irrupción y articular su revelación sigue desvelándose. Porque se puede encontrar en ese mismo mundo algo que lo desborda y trasciende, algo que aparece en él y a la vez escapa a todo intento de entendimiento. Experiencias, signos de lo sagrado
Podemos señalar alguna de ellas. En primer lugar, la experiencia de la muerte. En efecto. La palabra muerte no tiene un único significado, sino al menos dos. La muerte como algo conocido y sabido por todos, como aquello que no deja de ocurrirles a todos, de repetirse sin fin en el pasado, en el presente, en el futuro, aquello conocido y estudiado por tantas ciencias, como la sociología, la psicología, la medicina, la estadística. Nada más cotidiano y habitual. Cientos de expertos nos hablarán de ella, la relacionarán con condiciones socioeconómicas, nos enseñarán las fases de su aceptación, nos orientarán a la hora de responder ante su embate. Sin embargo esa muerte conocida es siempre la muerte de los otros. Porque de la propia ¿qué experiencia hay, a cual podemos acudir en el pasado para saber a qué atenernos? ¿Ha ocurrido en el pasado? Está por definición siempre por venir. Por tanto, nadie nos puede alumbrar respecto a ella. Nadie. Es lo irreductible a todo intento de comprensión y nuestra vida se ve a su luz. Pero esto implica lo siguiente. Ser mortal no significa estar destinado a la desaparición, sino vivir a la luz de un Misterio.
Tales experiencias se dan y sin reclamar nada más que a ellas mismas nos fuerzan a decir que no basta con lo que el mundo cree que es. La realidad se presenta de más modos que los convencionales.
Y si es así, podemos volvernos sobre los relatos que nos hablan de lo Sagrado y tratar de escucharlos de nuevo en busca de su sentido, sabiendo que lo sagrado se muestra en los símbolos, pero ningún símbolo agota lo sagrado. Así respecto a lo sagrado diremos que lo sagrado hoy aparece como una polifonía de voces a desentrañar.